miércoles, 20 de febrero de 2008

¿Tienen identidad los territorios?


Cuando de niño, con mis hermanas y primos, jugábamos en el campo las tardes de verano, nombrábamos los diversos lugares de juego habitual: la colina del musgo, la selva de las lianas, el campo de la higuera… ejercicio imprescindible, sin el cual no había juego posible. Esos lugares, por cierto, tendrían otros nombres que desconocíamos y que, en cualquier caso, no se hubieran adaptado igual de bien a nuestras actividades. Nombrar la colina del musgo, casi implicaba jugar al escondite y, si de la selva de las lianas se trataba, la cosa iba de piratas o exploradores.

En nuestra pequeña comunidad, nombrar era sinónimo de poseer y actuar y, fuera de ella, esos nombres no tenían ni sentido ni esencia. De hecho, no se compartían con adultos ni con otros niños si no era como forma de integración al grupo original. Aún hoy recuerdo el sentimiento de desolación, horror y pena cuando urbanizaron la colina del musgo para suplantarla por las casas de Can Rovira 2. Ni el nombre ni nuestros juegos, sirvieron para impedir el paso de las excavadoras. Cruel lección.

Con los años e implicado profesionalmente en proyectos de territorio, turismo y medio ambiente, me sigo enfrentando a la definición y articulación de la identidad de los lugares, a su puesta en valor, a asociarles proyectos y actividad económica, a procurar la pervivencia de sus paisajes. Mientras, aunque ya aprendí que no son suficientes los topónimos para conservar un lugar, y en tanto que, parte esencial de mi trabajo consiste en rediseñar su identidad, me pregunto: ¿Tienen identidad los territorios? ¿Son diseñables y, aún más importante, rediseñables?

Por identidad de un lugar entiendo la serie de componentes, características y condiciones que lo hacen reconocible y diferente a otro a los ojos del observador, del visitante y del habitante. Éstas, además de múltiples, varían y poseen una jerarquía diversa y subjetiva en función de cada individuo, de su historia, cultura y voluntad. El mismo británico capaz, como habitante de reconocer y valorar hasta quince tipos diferentes de cerveza, compra, como visitante, un sombrero mexicano en su visita a Barcelona seguro de llevarse en ese objeto un pedazo de la idiosincrasia catalana.

Para complicarlo aún más, el fenómeno de la globalización añade culturas, idiomas y costumbres nuevas a nuestros escenarios físicos. Los pastores manchegos son, en realidad, rumanos. Los sombreros mexicanos del ejemplo anterior son “made in China” y el baile más bailado en Madrid es la cumbia.
Este fenómeno, lejos de desanimar a los proyectistas del territorio, nos anima en tanto que alimenta la tesis de la “diseñabilidad”. Así, si los lugares incorporan nuevas componentes, características y condiciones capaces de variar su identidad previa, podemos intervenir en ellos para modificarlos. No cabía duda en cuanto a la capacidad tecnológica de modificación física del territorio (ya comprobada en la colina del musgo), si no de inflexionar su devenir histórico aparentemente inmutable (y dejo de lado provisionalmente una interesante discusión sobre la capacidad de transformación social del espacio físico…).

Mi tesis es que una específica articulación de ciertas características, formas y narrativas territoriales, son capaces de modificar la identidad de un lugar y, por tanto, la oferta que constituye para el observador, el habitante y el visitante. La identidad es, por tanto, diseñable, mutable y ofertable.

En un listado no exhaustivo, las piezas que componen un proyecto de identidad de un territorio son: la vocación social y la decisión política, el paisaje (su protección o rehabilitación), la jerarquización de las actividades económicas (creación, impulso o prohibición), un sistema de proyectos estratégicos y articuladores, la conexión activa de la oferta con la demanda mediante productos consistentes y coherentes con el proyecto, emprendedores que los empujen y redes que los sustenten.

Nos queda hacer punta al lápiz, ubicar el espacio geográfico, municipal, comarcal, regional… e introducir el concepto de Gestión de la Identidad para separar lo vernáculo de lo pintoresco, lo tradicional de lo convencional, lo trivial de lo sustancial, lo banal de lo típico … and so on.

lunes, 18 de febrero de 2008

Viñedos y Cambio Climático


Este pasado fin de semana he asistido en Hospitalet de Llobregat al foro “Cambio Climático y Vino” . 350 personas de 40 países han estado debatiendo sobre las consecuencias, posibilidades y alternativas que el cambio climático provocan en la viticultura.

Sin ser un experto en este mundo, me han quedado un par de ideas claras. Debido a las dramáticas consecuencias del aumento de la temperatura del planeta, hay dos principales alternativas para aquellos que quieran insistir en un negocio tan ligado al clima como el del vino. La primera, radical, sería cambiar los viñedos de latitud hacia las nuevas zonas vitivinícolas que las variaciones climáticas provean. En Europa, por ejemplo, Inglaterra y Dinamarca (sí, sorprendente!). La segunda, ligada a los territorios tradicionales, usar variedades de uva más adaptadas a las nuevas exigencias climáticas. En cualquier caso y pese a la simplificación excesiva de estas líneas, me satisfizo encontrar un colectivo preocupado y comprometido con hallar soluciones a un problema políticamente mal atendido.

En mis conversaciones y lecturas he encontrado tres posiciones básicas ante el cambio climático. Aquellos que se pelean, aún, con la verdad o falsedad del postulado. Estéril posición, desconectada de la acción y tan española. Recientemente un líder político español hacía gala de esta posición fundándola en la opinión de su primo.
Aquellos otros que sin discutirla esperan pasivamente que la ciencia, el progreso, la propia naturaleza o intervenciones mágicas resuelvan el futuro… “no pasará nada”.
Por último, aquellos, entre los que me cuento, que vemos una oportunidad en la crisis de rediseñar y construir nuevas maneras de relacionarnos con Pangea, más responsable, respetuosa y duradera.

Volviendo al foro del fin de semana, este era el estado de ánimo de los asistentes, optimista y activo aunque no exento de preocupación. Además, aquellos con el compromiso de conservar la identidad de sus territorios y no solo el negocio, defendían estrategias integrales que incluían la defensa del paisaje, el uso de energías limpias, agricultura ecológica, formación e información.

Paradójicamente, la preocupación por las consecuencias del cambio climático nos empuja a la recuperación de la identidad territorial, actividades, paisaje y la gente que lo habita. Bienvenida sea.

jueves, 14 de febrero de 2008

Arquitectura y Turismo


Recuerdo un viejo artículo del arquitecto Federico Correa publicado en la revista "On", que titulaba: "Guils de Cerdanya o Beverly Guils". Defendía el maestro en el artículo, la libertad de creación del diseñador frente a la limitación de las normativas estéticas que, en el inicio de los 80, empezaba a plantearse en los pueblos de la Cerdanya en el también inicio del "boom" inmobiliario ceretano.
Entre otras, la normativa de Guils, proponía (según recuerdo, puesto que no he encontrado el artículo...) la colocación de pizarra negra en las cubiertas, dejar la piedra de la fachada vista y la proporción tradicional de las ventanas. Aunque son aparentemente medidas razonables, se quejaba amargamente el arquitecto de la dificultad de diseñar un edificio en ese territorio con la acción coercitiva de dichas normativas. Hacía notar también la paradoja de que para defender una imagen vernácula, acabaran “importando” la pizarra y la piedra de Galicia, en tanto que no se encuentran tejas de pizarra autóctona, ni canteras que las produzcan, impidieran el revoco tradicional de las paredes para aumentar su necesaria impermeabilidad y obligara a una baja iluminación y asoleamiento de los interiores. Por ello, la tesis del artículo era que en vez de conservar la identidad de Guils de Cerdanya, estábamos construyendo Beverly Guils, metáfora de lo banal, frívolo y desarraigado.

Con la distancia y el tiempo pasado y visitando la Cerdanya de hoy, parece como que el arquitecto profetizara más que criticara los resultados.
No defiendo la ausencia de normativas, antes al contrario, me parecen necesarias e imprescindibles. La nueva actividad turística y de ocio que reemplaza las viejas actividades económicas rurales, agrícolas y ganaderas precisa de reflexión detenida y acción mesurada. No basta con aplicar pintoresquismo banal de fácil consumo. Precisamos proteger el paisaje, definir un estilo de actuación respetuoso y moderno determinando, por ejemplo, los invariantes castizos que proponía Chueca Goitia en su magnífico libro y, por último, limitar el acceso indiscriminado.

La Cerdanya y tantos otros territorios, han sufrido un cambio de fisonomía radical en los últimos veinte años. Cambio que acaba decepcionando al visitante y alejándolo de esa oferta, abocando al territorio a una nueva crisis.